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La situación en la fábrica cada vez era más insoportable. El exiguo salario que recibían por unos turnos extenuantes apenas bastaba para sacar a flote a sus familias. Se oían rumores de revueltas más al norte, en las regiones mineras. Colbridge & Mills era una olla a presión, solo hacía falta una chispa para que saltara todo por los aires. Las demás fábricas de la región no iban mucho mejor.

Ilustración de la fachada de una fábrica del siglo XIX con algunas personas, vehículos y utensilios de la época en el exterior.

La gota que colmó el vaso fue el incidente de la fundición de Jasper Colbridge. Nadie sabe qué ocurrió con exactitud, solo que dos hombres perdieron la vida y siete más acabaron malheridos en el hospital. Sus familias, que ya vivían precariamente antes del accidente, se vieron prácticamente abocadas a la indigencia. Ahí empezó todo.

Los trabajadores de la fundición iniciaron una huelga. Los dueños de la fábrica llamaron a las autoridades y empezaron a despedir a los huelguistas. Los esquiroles nadaban entre dos aguas esperando que nada les salpicara. La policía desplegó toda su fuerza para reprimir las protestas.

Como era de esperar, se produjo un efecto dominó y, poco a poco, los trabajadores de las demás fábricas de la región siguieron los pasos de Colbridge & Mills. Esto desembocó en una auténtica guerra entre los trabajadores y los dueños de las fábricas. Los primeros acababan en la calle, sin trabajo y con lesiones de distinta consideración. Los segundos acababan con pérdidas cuantiosas que iban creciendo a medida que se alargaban las huelgas.

Los dueños de las fábricas acabaron dándose cuenta de que les salía más rentable llegar a algún tipo de acuerdo con los trabajadores que seguir prolongando una situación que no hacía más que empobrecerles a ellos y fortalecer a sus competidores. Así pues, se reunieron con los cabecillas de la revuelta proletaria y acabaron cediendo un poco a sus demandas, lo suficiente para que volvieran al trabajo y la maquinaria se pusiera en marcha de nuevo.

Los obreros estaban eufóricos. Habían ganado. Les habían mejorado los salarios y las condiciones, habían hecho borrón y cuenta nueva con los despedidos y todo parecía ir mejor que antes.

Los fabricantes estaban moderadamente contentos. Volvían a producir, así que podían proveer a sus clientes y ganar dinero de nuevo. Los márgenes eran un poco más ajustados, pero seguía siendo un negocio rentable.

Sin embargo, la paz social puede ser efímera. Lo que hoy es contemplado como un gran logro, puede parecer pobre cuando pasa cierto tiempo. Además, con una guerra en ciernes, la economía hace cosas raras y el coste de vida se dispara. Todo ello comportó que regresara el malestar a las fábricas.

Escarmentados por lo que había sucedido meses atrás, los dueños de las fábricas temían como a un dolor que se produjera una nueva huelga salvaje. Los márgenes cada vez eran más ajustados, la competencia cada vez más dura y los clientes cada vez más exigentes. Una huelga prolongada podría forzar el cierre de toda actividad. Tenían que encontrar un modo de lidiar con el descontento de sus empleados antes de que fuera demasiado tarde.

Un buen día, Jasper Colbridge regresó a su casa después del trabajo y se encontró a sus hijos mayores jugando con una pelota. Le daban patadas y se la iban pasando, no parecía más que eso. Se quedó un rato observándolos y vio que, además de pasarse el balón, lo lanzaban contra un muro y ganaban puntos si la pelota rebotaba dentro de un cuadrado pintado con tiza.

–¿A qué jugáis, chicos?
–No estamos jugando, padre. Estamos practicando –contestó el mayor de los dos.
–¿Y qué practicáis?
–Es un deporte nuevo al que jugamos al salir de la escuela, pero es por equipos y, como solo somos dos, practicamos así.
–¿Cómo se llama ese deporte?
–Lo llamamos balompié, porque le damos al balón con el pie.
–¿Y en qué consiste?

Los chicos le explicaron rápidamente la mecánica de ese deporte. Al parecer, estaba ganando popularidad entre los jóvenes de Stratfield. Era un poco violento para su gusto, pero parecía interesante. Además, era popular también entre los muchachos de las fábricas, puesto que lo único necesario para practicarlo era un balón.

Al día siguiente, Jasper se reunió con los dueños de otras fábricas de la región para explicarles la idea que se le había ocurrido. Estos le comentaron la idea a otros dueños y, en menos de una semana, la mayoría de los propietarios de las fábricas de la zona estaban de acuerdo en poner en práctica el experimento de Jasper.

Hablaron con los trabajadores que ejercían un cierto liderazgo natural sobre sus compañeros para exponerles la nueva idea. Habían pensado que, para limar asperezas, podían organizar un torneo de balompié, ese deporte nuevo al que jugaba la juventud. Para hacerlo más interesante, habían pensado en una cuantiosa suma para el equipo vencedor.

Los cabecillas de los obreros estaban un poco recelosos. Conocían el balompié. De hecho, más de uno lo practicaba. Lo comentaron entre ellos y llegaron a la conclusión de que no tenían nada que perder y, quien ganara, se llevaría un buen premio. Por lo tanto, aceptaron el desafío.

A lo largo del mes siguiente, voluntarios de todas las fábricas se fueron apuntando al torneo. Viendo el éxito de convocatoria, acabaron montando un equipo por cada fábrica, más un equipo combinado que representaba a los patrones. En total, iban a competir14 equipos.

Los trabajadores estaban muy animados con el torneo. Se esforzaban más en el trabajo para poder salir a tiempo y prepararse para competir. Además, se reforzó el ambiente de camaradería entre ellos.

Cuando por fin llegó el día de iniciar el torneo, los trabajadores estaban pletóricos. Incluso los que no iban a participar directamente acudían como espectadores para disfrutar del espectáculo. Al acabar los encuentros, los ganadores rebosaban de alegría y los perdedores casi siempre aceptaban la derrota con deportividad y buen rollo.

Como eran tantos equipos, la competición duró cuatro días. El equipo de los dueños de las fábricas quedó eliminado tras su primer encuentro, lo que produjo un gran alborozo entre todos los obreros. El equipo ganador se hizo con el premio prometido.

Aunque solo uno de los equipos había logrado ganar el torneo, como estaba estipulado de antemano, todos los trabajadores de todas las fábricas lo vivieron con alegría. Quizá no habían sido ellos personalmente, pero los suyos habían logrado vencer a los de arriba. La celebración de la victoria se prolongó durante bastantes días.

Nadie pensaba en si los turnos eran demasiado largos, ni en si los salarios eran demasiado escasos, ni en si las condiciones del trabajo eran demasiado peligrosas. Nadie pensaba en protestas ni en huelgas. Pensaban en cómo habían dado una lección a esos patrones explotadores. Por fin los habían puesto en su sitio.

Por su parte, los dueños de las fábricas también estaban de celebración. Todos estaban de acuerdo en que el plan de Jasper había sido todo un éxito. Sin duda, habría que repetirlo. Es más, habría que convertirlo en tradición. Quizá se podría celebrar cada año. Y en lugar de hacer todos los partidos en días consecutivos, espaciarlos un poco para que la competición dure más. Lo que sea para tener la fiesta en paz.

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