Asesinar es fácil si sabes cómo

«Hay quien cree que lo más difícil de cometer un asesinato es evitar que te pillen. ¡Qué equivocados están! Lo más difícil es cruzar la frontera moral que separa a los seres humanos de las bestias. Una vez dado el paso, lo demás viene rodado. Pero eso ya lo sabéis, claro. Por eso estáis aquí.»

Ilustración de estilo futurista cyberpunk con mucha iluminación de neón de un hombre con una sudadera con capucha en la calle de una ciudad.

Así empezaba la reunión de un club tan variopinto como escabroso. No era una asociación real, puesto que no tenía estatutos, ni organigrama, ni sede formal, ni siquiera una lista de miembros. En cierto modo, se trataba de un grupo de apoyo para encontrar a gente con inquietudes y anhelos similares. Un lugar seguro donde compartir esa parte de su vida que debían mantener permanentemente oculta. Un espacio donde respirar.

Su pequeño secreto consistía en su ansia de matar. Todos eran asesinos. Algunos habían empezado a segar vidas recientemente, otros acumulaban décadas de homicidios a sus espaldas. Para ser aceptado en el grupo bastaba con no tener antecedentes penales. No podían arriesgarse a llamar la atención de la policía y que se les colara un topo.

En sus reuniones clandestinas, los más veteranos compartían su conocimiento con los menos experimentados. «Mantened siempre la calma.» «No asesinéis nunca a nadie con quien os puedan relacionar.» «Sed meticulosos.» Ese tipo de cosas.

Carlos era uno de los miembros más recientes. Tan solo había asesinado a dos personas, y su primera vez fue tan chapucera que se avergüenza cada vez que la recuerda. Se dejó llevar por su ansiedad en un arrebato, no preparó el ataque, no estudió a la víctima, había dejado rastros que podrían conducir a su identificación. En definitiva, todo mal. Por suerte, había asesinado a un perfecto desconocido a más de 500 Km de su ciudad y las autoridades nunca llegaron a sospechar de él.

La segunda vez fue más precavido y esperó a tener un estado mental adecuado para poder asesinar sin cometer errores. Sin embargo, aún le quedaba mucho por aprender. Por eso, cuando descubrió por azar las reuniones clandestinas del club de los asesinos, como él los llamaba, consideró que no podía dejar escapar la oportunidad de aprender verdaderos maestros del crimen.

Curiosamente, desde que había empezado a ir a esas reuniones, no había vuelto a sentir la necesidad de matar. Puede que escuchar los casos de éxito de sus compañeros mitigara su propio apetito de sangre. O tal vez solo quisiera aprender toda la teoría posible antes de volver a ponerse a prueba.

Con todo lo que había aprendido en los últimos dos meses, estaba convencido de que podría llevarse por delante a tanta gente como se le antojara sin que la policía llegara a tenerle en su radar. Por otra parte, uno de los consejos que más repetían los veteranos era, precisamente, no confiarse nunca y tener siempre presente que el más mínimo error podía ser fatal para el asesino.

Un día, aunque aún no había vuelto a sentir el ansia de matar, quiso poner a prueba todo lo que había aprendido y dar un golpe para ver qué tal se le daba. Siguiendo los consejos que había recibido, dejó el móvil en casa y condujo sin rumbo durante horas, hasta que llegó a una ciudad mediana a varios cientos de kilómetros de su casa.

Se enfundó unos guantes de motorista y empezó a buscar una víctima por la calle. Se cruzó con varios candidatos, pero ninguno le acababa de convencer. Quería ponerse a prueba, buscar una pieza interesante, que supusiera todo un reto. Eso iba totalmente en contra de lo que había aprendido, «lo más fácil es siempre lo más seguro.» Pero Carlos no quería ir a lo fácil, quería que fuera un asesinato memorable.

De repente se encontró a un chico y a una chica que andaban juntos, probablemente fueran pareja. Eran más jóvenes y atléticos que él. Si la cosa se ponía fea, Carlos iba a salir bastante mal parado. Lejos de amilanarse, la posibilidad de fracasar le excitó. Después de todo, ¿qué mérito tiene cazar una gacela coja cuando puedes cazar una pareja de leones?

Se caló la capucha de la sudadera que llevaba y apretó el paso para darles alcance, pero sin llamar la atención. Cuando casi había llegado a la altura de sus dos objetivos, empezó a bajar el paso para no sobresaltarles. Les alcanzó.

No perdió el tiempo en tretas, ni siquiera cruzó una palabra. Con un cuchillo en cada mano les asestó una fortísima puñalada en el costado a cada uno. Retiró los cuchillos y les volvió a apuñalar, esta vez en el cuello. Dejó caer ambos cuchillos y salió corriendo en la misma dirección que llevaba sin quedarse a ver si había completado su misión.

Se cruzó con más de un transeúnte durante su huída, pero le dio igual. Cuando tuvo oportunidad de meterse en una calle pequeña y vacía, se deshizo de la sudadera, de los guantes y de los pantalones de chándal, que estaban salpicados de sangre, y se vistió con la ropa de recambio que llevaba en su mochila. Acto seguido, emprendió el camino hacia su coche para volver a casa.

Se perdió, porque no conocía la ciudad y porque no tenía su móvil con él para orientarse, pero acabó por dar con su coche. Huyó del lugar sin llamar la atención y, cuando ya estaba bastante lejos, le invadió la euforia. Lo había conseguido.

Ya en su casa, empezó a buscar la noticia del doble apuñalamiento. Necesitaba saber si los había matado o si solo estaban heridos. No había nada aún. «Tal vez mañana.»

No necesito esperar tanto tiempo. En las noticias de la noche contaron el suceso. Las dos víctimas seguían vivas, pero con pronóstico muy grave. Varios testigos habían visto a una persona sospechosa, pero sabía bien que era imposible que llegaran a identificarle.

Al cabo de unos días se enteró de que, finalmente, el chico y la chica habían fallecido. La policía estaba trabajando el caso, pero no tenían nada que pudiera llevarles hasta él. Ahora sí, lo había logrado.

Cuando lo planeaba, había imaginado que ese día iría a una reunión del club de los asesinos para alardear de su gran logro. Sin embargo, llegado el momento triunfal, no le apetecía compartirlo. Se sentía bien, a gusto consigo mismo, realizado.

Tanto es así que nunca más volvió a una de esas reuniones. Tampoco volvió a matar a nadie, no lo necesitó.

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