El Camino de Santiago

Julián y Clara llevaban diciendo que iban a hacer el Camino de Santiago desde que iban al instituto. Al principio era una idea abstracta, uno de esos planes para un futuro hipotético que no tenían muy claro si llegaría. Con el tiempo, se fue convirtiendo poco a poco en un objetivo de pareja.

Ilustración que emula una pintura al óleo de dos excursionistas con enormes mochilas azules a sus espaldas andando por un camino de tierra que atraviesa un bosque de árboles muy altos y delgados, quizá se trate de eucaliptos.

El problema era que, a medida que iba cristalizando el proyecto de hacer el Camino, también se hacía cada vez más complicado. Los primeros años disponían del tiempo, pero les faltaba dinero. Cuando por fin tuvieron dinero suficiente, era imposible hacer coincidir sus vacaciones durante un mes entero.

Pese a todo, estaban convencidos de que algún año lo lograrían. Mientras, incluían en sus planes de ocio pequeñas dosis de la ruta jacobea. Empezaron a hacer senderismo, leían libros, veían vídeos y películas sobre el Camino de Santiago, hablaban con conocidos suyos que lo habían hecho. Ese tipo de cosas. Incluso fueron un par de veces de vacaciones a Galicia para ver llegar a los peregrinos a Santiago de Compostela.

Varias personas les recomendaron recorrer la parte final de la peregrinación. No hay ninguna norma que indique dónde hay que empezar. Basta con andar tan solo cinco días para que te den la Compostela, el certificado que acredita que se ha realizado el Camino de Santiago. Sin embargo, ellos siempre habían imaginado que empezarían en Roncesvalles y les parecía que hacer menos que eso era hacer trampa. O lo hacían bien o no lo hacían.

Cuando tenían 26 años, les surgió una oportunidad de oro. Julián se había quedado sin trabajo y podía permitirse esperar un poco a buscar uno nuevo. Clara logró que su empresa le dejara sumar unos días que le debían con las vacaciones y disponer de cinco semanas enteras seguidas.

Un 20 de mayo cogieron sus petates y se fueron hacía Roncesvalles. Al día siguiente, empezaron la travesía con la que llevaban soñando desde hacía diez años.

Los primeros días estaban encantados. No les pareció muy duro y la gente era maja. Lo que llevaban peor era lo de los albergues. Los espacios reducidos, tener que lavar la ropa a mano prácticamente a diario, hacer y deshacer la mochila todos los días, compartir baño y habitación con decenas de desconocidos de toda índole y condición.

Todo el mundo les había dicho que era una experiencia maravillosa y que en seguida te haces a las pequeñas incomodidades de la vida del peregrino. En su caso, el proceso funcionó a la inversa. Empezaron muy animados y, poco a poco, se les fue agotando la paciencia.

De Roncesvalles a Burgos les salieron ampollas en los pies y sufrieron de tendinitis en tobillos y canillas. La tendinitis remitió con un día de reposo absoluto, las ampollas resultaron ser una guerra imposible de ganar. Cuando sanaban unas, ya habían aparecido otras. Además, pasaban mucho calor y mucha sed durante las etapas.

Siempre habían dicho que tenían que hacer el Camino de Roncesvalles a Santiago, que coger atajos era hacer trampa y que, para eso, era mejor quedarse en casa. Sin embargo, en Burgos se montaron en un tren y se apearon al llegar a León. De una sentada, se habían saltado seis etapas.

En León se tomaron un par de días libres para decidir si seguían o si volvían. Se hospedaron en un hotel y disfrutaron de la ciudad con calma y relajadamente. Una vez descansados, decidieron que debían llegar a Santiago de Compostela. Después de todo, se trataba de su sueño de adolescencia.

Al tercer día, emprendieron de nuevo la ruta con ánimos renovados. No fue mucho mejor que la primera parte. En teoría se tardaban dos semanas de León a Santiago, ellos lo redujeron a diez días gracias a los autobuses interurbanos. De este modo, llegaron a Sarria bastante frescos y pudieron completar la parte necesaria para conseguir la Compostela.

El último día, cuando vieron las torres de la catedral en la lejanía, se les inundaron los ojos con lágrimas de emoción. Concretamente, la emoción era alivio. Cuando llegaran, podrían tachar su objetivo de la lista de cosas que querían hacer y volver a casa.

Una vez en la praza do Obradoiro, montones de peregrinos compartían su euforia entre ellos. Julián y Clara estaban contentos por haberlo logrado, pero también sentían un sentimiento a caballo entre la culpabilidad y la decepción. Se habían fallado a ellos mismos y a su sueño.

Como ya habían estado en Santiago y habían llegado bastante antes de lo previsto, decidieron pasar la noche en Fisterra. Ahí descansaron, comieron, bebieron y se dieron un paseo hasta el faro. Al día siguiente, cogieron un tren de vuelta a casa.

Una vez regresados a la normalidad, fueron explicando sus vacaciones a sus familiares, amigos y conocidos. Tuvieron que reconocer que no lo habían pasado del todo bien. Había habido un poco de todo, momentos mejores y peores, pero no habían vivido la experiencia maravillosa de la que todo el mundo hablaba.

«Bueno, pero ya está hecho. Al menos ahora ya sabéis cómo es. El año que viene os vais a otro sitio.» Curiosamente, esa era la respuesta más frecuente que obtenían. También estaba el grupo de los que sí se lo habían pasado bien haciendo el Camino de Santiago, que minimizaban todos los aspectos negativos y ensalzaban los positivos. «Quizá llevabais unas expectativas muy altas», era su veredicto.

«A mí se me pusieron los tobillos como troncos, pero no abandoné.» «Las ampollas son normales, pero si no les haces caso dejan de doler.» Ese era el grupo de los kamikaze, los que no solo habían disfrutado del Camino, sino que habían disfrutado también de sufrir haciendo el Camino. 

A Julián y Clara no les consolaba ni la felicidad ni el dolor ajeno. Ellos estaban un poco chof porque habían estado fantaseando con algo durante diez años y, llegado el momento, les había decepcionado. Habían malgastado su tiempo.

Por suerte, la vida sigue y pronto empezaron a hacer nuevos planes. Esta vez, más realistas y fáciles de llevar a cabo. De este modo, no tardarían tanto en descubrir si se cumplían o no sus expectativas.

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