El cumpleaños

Vas bien de tiempo. Ha sido buena idea ir en autobús, aunque para volver necesitarás coger un taxi. De haber ido en coche, aún estarías dando vueltas buscando un sitio para aparcar. Además, no podrías beber. Sí, ha sido buena idea ir en autobús.

Un hombre de mediana edad sostiene una bebida en cada mano en lo que parece ser una fiesta.

Podrías subir ya, pero te da pereza llegar el primero. Mejor te tomas la primera en un bar y así dejas margen para que vaya llegando la gente. ¿Cuántos cumple ya? ¿38? Te suena que es un poco mayor que tú, pero nunca recuerdas si un año o dos. Por si acaso, no lo menciones.

Te terminas la cerveza, pagas sin prisas, te pones la chaqueta y sales hacia la casa de Sergio. En la calle te encuentras con Carol y Pepe. Les saludas y te unes a ellos de camino a casa del anfitrión. Solo les ves una vez al año, en el cumpleaños de Sergio. No tenéis nada de qué hablar porque, en realidad, no os conocéis de nada. Matáis el tiempo hablando de lo bien que lo pasasteis en la fiesta del año pasado.

Llegáis al tercero B y Sergio os recibe en la puerta. Ya empieza a haber ambiente, menos mal. Besos, abrazos, felicitaciones, la cortesía que no falte. Como tiene de todo y nunca sabes qué le va a gustar, decidiste comprarle vino. Al tipo le gusta el vino, así que es una apuesta segura. No sabes si lo dice de corazón o por no hacerte sentir mal, pero alaba el vino que has elegido y te da las gracias efusivamente. Una vez cumplido el trámite, dejas la chaqueta por ahí y te unes a la fiesta.

Ninguna de estas personas es amiga tuya. Todos conocen a Sergio a través de otros grupos de amigos. Tú le conoces desde que ibais al instituto. Antes solía venir Jaime, que también era de tu cuadrilla, pero se fue a vivir a Alemania y ahora solo le veis de ciento en viento.

Sin embargo, a la mayoría les conoces de otros años. Además, eres un tipo sociable. Te integras bien y vas saltando de conversación en conversación. Esta vez se ha superado. Parece que ha contratado un catering o algo de eso. Los canapés están buenos, y con cerveza bajan bien. También hay vino, pero es mejor no mezclar.

Los compañeros de trabajo de Sergio son unos pijos insufribles. Unos cayetanos, como les llaman ahora. En otras condiciones intentarías mantenerte tan alejado de ellos como fuera posible, pero, eh, es una fiesta. Hay que divertirse, ¿no? A ver qué se cuentan Borja y Pocholo. Por supuesto, no se llaman así.

Estás un rato riéndote de ellos sin que se den cuenta. Madre mía, qué personajes. Al final te aburres, como es lógico, y te entrometes en la conversación que están manteniendo tres mujeres. Hablan de una película que no has visto. Como no puedes participar, decides recomendarles otras. Estás enfrascado explicándoles por qué deberían verlas cuando Sergio viene a rescatarte. Menos mal.

Habláis un rato de cómo os va la vida. Al cabrón este le han ascendido, otra vez. Antes era jefe de nosequé y ahora está a dos pasos de convertirse en gran jefe indio de su empresa. Los dos cayetanos de antes son sus esbirros. Tu vida, pues como siempre. El mismo trabajo, el mismo piso, las mismas aficiones. Sin novedad.

Se os unen dos chicos y la conversación va derivando de una cosa a otra. Son majos, el tiempo pasa volando. Solo interrumpís vuestra charla cuando sale el pastel. En cierto modo, te parece que 38 años, ¿o quizá son 39?, son ya muchos años para soplar velitas en una fiesta con amigos.

Llevas ahí cuatro horas, vas un poco molinillo. Es raro, porque solo has bebido cerveza. Ahora ofrecen gin tonics, pero a ti eso no te va. Antes los hacían con ginebra y tónica, ahora les echan una ensalada dentro de la copa. También ha mojitos, pero te resultan incluso más ofensivos. A ti que te den whisky, con cola, o sin, lo que haya. Al final consigues que sea con cola.

Con la tontería, acabas bastante pedo. Normal, es una fiesta. El problema es que ahora estás en todo lo alto y esta gente ya está recogiendo. Que es viernes, por el amor de Dios, que mañana no se trabaja. Al menos el cumpleañero saldrá a celebrarlo, ¿no? Hay que insistirle, pero se deja arrastrar. Los dos chicos de antes no necesitan que nadie les convenza, así que los cuatro fantásticos os vais de marcha.

En realidad es pronto, no son ni las doce. Acabáis en un bar y seguís tomando copas. A la una y media, Sergio se pone pesado con que tiene que irse y no hay manera de retenerlo. Los cuatro fantásticos se convierten en los tres mosqueteros.

Estos dos conocen un sitio que está guay. Para allá que vais. Es un sitio clandestino de esos que se llevan ahora. Sin letreros, con contraseña, en un polígono. Todo muy industrial, estilo Berlín. Hace ya rato que te mueves por inercia. Bebes lo que te piden y te dejas arrastrar a dónde te lleven. Normalmente no te gustaría esta música, pero estás flotando en una nube, así que todo te parece bien.

Te despiertas. Esta no es tu cama. ¿Dónde diablos estás? La cabeza te da vueltas. Eso es que ayer ligaste, máquina. Aunque ahí no hay nadie más. Raro. De hecho, esto no es una cama, es un sofá. Quizá no ligaste, después de todo. Haces acopio de energías y te levantas. Estás un poco mareado, así que te sientas. Poco a poco.

Estás en el salón de una casa. Enfrente del sofá hay una tele. En un rincón, hay una mesa pequeña con dos sillas. Unas cortinas intentan tapar la luz que entra por una gran ventana, pero no acaban de lograrlo. Como ya te has levantado, decides descorrerlas. Ahora sí que estás alucinando.

Estás muy alto. Realmente alto. Como en un piso 20. Bueno, quizá no tanto, no tienes ni idea, no recuerdas haber estado nunca en un piso tan alto. Desde la ventana puedes ver el mar. Es muy bonito, pero también preocupante, porque en Madrid no hay mar. ¿Qué hiciste anoche? ¿Dónde estás?

Tu ropa de anoche está tirada al lado del sofá. Entonces, ¿qué llevas puesto? Un pijama. ¿De dónde ha salido? Vas a inspeccionar el piso y, de paso, mirar si hay alguien que pueda explicarte, al menos, donde estás.

Encuentras una habitación con la cama deshecha, pero no hay nadie. Un baño. Bien, aprovechas para mear y asearte un poco. Te ducharías, pero te da un poco de apuro sin saber de quién es esa casa. Te conformas con lavarte la cara y darte agüita en las axilas.

La cocina es bastante pequeña. Hay notas en la nevera, pero ninguna parece dirigida a ti. Estás un poco rayado porque parece que te han dejado solo en un lugar desconocido. Lo que más te acojona es que hay un calendario de pared en un idioma que no eres capaz de identificar. En serio, ¿dónde cojones estás?

Se te ocurre mirar el móvil. Quizá tengas algún mensaje o algo. O fotos. Que va. Nada de nada. Ni una sola pista. Eso sí, puedes abrir Google Maps. Con eso al menos sabrás dónde andas. Por fin una buena noticia, sigues en España. Estás en Valencia.

Sabes que lo más inteligente sería quedarte ahí a esperar que apareciera alguien. Si te hubieran secuestrado, no te habrían dejado tus cosas y la posibilidad de huir tan fácilmente. Seguro que hay una explicación perfectamente razonable. No obstante, no sabes cuándo aparecerá alguien. Mejor vestirse y salir a dar una vuelta.

En la cartera no falta nada, no hay movimientos extraños en el banco, más allá de varios cargos de distintas discotecas y un par de retiradas en efectivo de cantidades normales, nada exagerado. Todo parece estar en orden, considerando la situación. Así que nada, a ver Valencia, que es una ciudad que no conoces.

En el rellano descubres que estás en un piso 16. En el ascensor descubres que hay un entresuelo y un principal entre la planta baja y el primero, así que lo cuentas como si fuera un piso 18. Casi aciertas tu primera estimación.

Aunque desde el salón veías el mar, no está tan cerca como creías. Tienes que andar un rato hasta llegar al paseo marítimo. Ahí te sientas en una terraza y te pides un café y algo para desayunar.

Es agradable estar al lado del mar, esto en Madrid no lo puedes hacer. Coges el móvil para matar el tiempo e intentar hacer memoria. Le mandas un mensaje a Sergio a ver si te puede ayudar a entender lo que ha pasado. Él tendrá manera de contactar con sus dos amigos, los que te liaron.

Vuelves a mirar las cuentas del banco y entonces te das cuenta. No es sábado, es domingo. Visto así, te parece hasta barato lo que te has gastado. Eso sí, sería interesante volver a Madrid, que mañana hay que ir a la oficina.

Empiezas a agobiarte un poco y, en lugar de aprovechar el día para visitar la ciudad, te vas directamente a la estación de tren. Compras un billete en el primer AVE que encuentras y para Madrid que vas.

Cuando ya estás de camino, te llega un mensaje de Sergio: «Oye, tío, ¿dónde estás? Estos te están buscando.»

Decides que es mejor llamarle, porque es todo muy fuerte y con mensajitos tendrías que escribir demasiado. Le cuentas lo que ha pasado y él te contesta, un poco cabreado, que has dejado tirado a sus amigos en Valencia. Que llevan dos horas intentando dar contigo y que no hay modo de encontrarte.

Estás flipando un poco con la situación. Le explicas que ha sido todo un malentendido, que estabas perdido y no entendías lo que estaba pasando y que has decidido volver porque mañana tienes que trabajar. «Bueno, tío, mejor se lo cuentas a estos. Les doy tu teléfono y ya te entiendes tú con ellos.» Tras decir eso, cuelga. Está cabreado.

Al cabo de nada te llama un número desconocido. Descuelgas y, obviamente, es uno de los amigos de Sergio. Te echa una bronca monumental por haberte ido sin decirle nada a nadie y descubres que les debes dinero porque te tuvieron que cubrir varios gastos. Tú no recuerdas nada, pero no quieres discutir y estás avergonzado por cómo ha terminado el asunto, así que te disculpas efusivamente y les haces un Bizum.

Cuando por fin llegas a tu casa, descubres que te han desvalijado el piso.

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