Tumbado en la hierba se está bien. Meterse en el lago requiere un importante esfuerzo de voluntad. El brutal contraste con el sofocante calor del verano convierte el primer impacto con el agua en una mordida gélida que fuerza la contracción de todos los músculos del cuerpo y eriza por completo todos los folículos de la piel. Al salir, en cambio, la brisa que mece las perlas de agua pegadas a la piel como si fueran moluscos en una roca produce una deliciosa sensación de bienestar.

El chico es afortunado. En su pequeño valle tiene todo lo que puede necesitar. Su único trabajo consiste en asegurarse de tener siempre suficiente leña y provisiones antes de que empiecen las nieves. En verano, eso supone muchas horas de ocio al aire libre. Eso es lo que le hace feliz.
Todo el día correteando valle arriba y valle abajo, recogiendo frutos y raíces. A veces, caza algún pájaro o alguna liebre, o captura algún pez o algún cangrejo. También le gusta explorar los confines de su territorio. Descubrir qué hay más allá del pequeño valle que compone el único hogar que ha conocido.
No recuerda a sus padres. No realmente. A veces le viene alguna imagen fugaz, en sueños sobre todo, pero no llega a recordar sus caras ni sus voces. Tampoco conoce su nombre. Claro que no hay nadie más. Es probable que ni siquiera pudiera hablar si algún día quisiera hacerlo.
Hoy es uno de esos días en los que no apetece hacer gran cosa. Solo entrar y salir del lago para combatir el calor hasta que el sol empiece a caer y la temperatura sea más tolerable. El chico se ha provisto de un festín de frutos silvestres de los que da buena cuenta mientras contempla su lago.
La comida y el calor del sol pronto inducen al chico a un estado de sopor. Es mejor resguardarse de la insolación directa, así que se introduce un poco en el bosque y se echa al lado de unos árboles que le brindarán varias horas de sombra. No tarda en caer en un agradable sueño profundo y placentero.
Un ruido intempestivo le sobresalta y lo arranca del abrazo de Morfeo. Quizá sea un oso que se ha alejado demasiado de su cueva, o un jabalí. Se levanta y enfoca la mirada hacia la dirección de donde provenía el sonido. No ve nada, no oye nada.
De nuevo, le sobresalta un ruido. Esta vez, parece venir de otra dirección y parece que, sea lo que sea, hay más de un animal. Decide trepar a un roble para ganar un mejor de punto de observación y ocultarse ante una posible amenaza. Los ruidos parecen multiplicarse y acercarse desde el este y el sureste.
Logra alcanzar una altura considerable sobre el suelo, pero el roble es demasiado frondoso. Le proporciona un buen escondite, pero solo le ofrece una visión parcial de lo que ocurre a lo lejos. Lo que ve le sobresalta. Es algo que no había visto nunca antes.
Una nube de polvo rojizo avanza hacia su dirección acompañada de un rugido constante, como si fuera un enjambre de un millón de abejas. Los árboles se sacuden al paso incesante de la marabunta. El chico sabe que debería huir, los otros animales ya han empezado a hacerlo, pero hay algo que le mantiene anclado en su rama. La necesidad de saber qué se aproxima ha anulado su capacidad de mover su cuerpo.
Cada vez están más cerca. Por fin los puede vislumbrar en la lejanía. La fascinación inicial da paso a la estupefacción. Nunca antes ha visto a este tipo de animales. Es una jauría de decenas de ellos. Sus ojos, que brillan como el sol, son el único rasgo distintivo de sus caras. No tienen fauces, ni hocico, ni orejas, solo esos ojos que deslumbran.
Su piel del color del barro refleja la luz del sol. Sus patas son extrañas. No ha visto nunca a ningún animal con patas como esas. Los animales parecen deslizarse sin despegarse nunca del suelo, como si se arrastraran como serpientes. Sin embargo, tienen una pata oscura y redonda en cada extremo. ¿Qué clase de criaturas son estas?
Lo más aterrador tiene lugar cuando la temible jauría de monstruos llega al lago y se detiene para abrevar. ¡De dentro de esos seres terroríficos empiezan a salir personas! Montones de hombres emergen de las bestias y se esparcen por el lago y sus alrededores. Beben, se bañan, se comunican entre ellos. Todo de un modo extraordinariamente ruidoso.
El chico lo ve desde su escondite sin atreverse a dejarse ver. ¿Quiénes son esos hombres que habitan dentro de monstruos? Mejor observar sin ser visto.
Las horas pasan y, cuando el cielo empieza a volverse rojo, los hombres misteriosos se reagrupan, vuelven a meterse dentro de esas criaturas infernales de ojos brillantes y abandonan el lugar. Al chico le sorprende descubrir que los monstruos también tienen ojos en la espalda. Ha hecho bien en esconderse, seguro que eran demonios.