Lucía andaba presurosa para intentar llegar a tiempo de coger el tren de las 19:22. Ya lo había perdido dos veces seguidas y volverlo a perder le apetecía tanto como que le amputaran un pie a mordiscos. Encima, había llovido y las aceras mojadas eran una trampa mortal para sus zapatos de medio tacón. Afortunadamente, llegó al andén a tiempo y de una pieza. Sin embargo, le hubiera dado igual llegar un poco más tarde, porque el tren venía con siete minutos de retraso.
Cuenta la leyenda que una vez, en el remoto país de Cosar, durante una tormenta eléctrica, un rayó golpeó el tronco de un árbol seco y provocó un incendio. El bosque estaba muy seco, así que el incendio no tardó en propagarse.
Había aparecido otro. Con este caso ya eran cuatro las personas que habían sido asesinadas del mismo modo en España en un mes. Los cuatro habían sido decapitados limpiamente, probablemente con una espada extremadamente afilada, mientras estaban en sus casas.
–¡Eh, eh! ¿Qué diablos estás haciendo? –¿Cómo que qué estoy haciendo? ¿No lo ves? Voy a montarme en el coche. –¿Estás tonto? ¿No ves que tienes los zapatos sucios? No puedes conducir con esos zapatos, vas a dejarlo todo perdido. –Nos ha jodido, aquí, Don Limpio. Ni que fuera tu coche. –A ver, pedazo de inútil, usa la cabeza. ¿Quieres que nos trinquen? –Tío, tú has visto mucha televisión. Nadie nos va a trincar por un poco de barro en el suelo del coche. –Gilipollas, no hablo del barro. ¿No ves que has pisado la sangre? –¿Qué dices? –¡Perdices! Tienes que deshacerte de esos zapatos con cuidado de no mancharte y de no manchar nada. ¡Menudo inútil estás hecho! –Mira, me estás hartando ya. El coche es mío y estoy a nada de dejarte aquí tirado. –Lo que vas a hacer es callarte esa boca que tienes, quitarte los zapatos y meterlos en una bolsa antes de empeorar las cosas. Después, me vas a dar las llaves del maldito coche, te vas a sentar en el asiento del copiloto y me vas a dejar conducir a mí. ¿Está claro? –Que sí, joder. Lo que tú digas, que para eso eres el jefe.
Julián se ha dejado engañar por Pedro y Marina para hacer con ellos el Camino de Santiago. La verdad es que, a él, el deporte nunca le ha entusiasmado; y lo de pasar hambre, sed, calor, frío y, sobre todo, agotamiento y extenuación, todavía menos. Sin embargo, ahora que llevan tres semanas de albergue en albergue, debe reconocer que le está gustando más de lo que creía a priori.
Son las ocho menos cuarto de la mañana de un martes de otoño, si es que aún existe tal cosa. El día se levanta con cuatro nubarrones tímidos que no saben ni si llevan lluvia y un aire mediocre que templa los 12 grados de frescor matutino. El sol tiene tarea acumulada, ya que si debemos hacer caso del parte, hoy le toca calentar la zona hasta los 28 grados. Ya será menos.
Habíamos perdido la guerra. La verdad es que ya nos habíamos hecho a la idea de que podía ocurrir, pero nos negamos a creerlo hasta que la derrota fue incontestable. Los humanos habíamos resistido la invasión alienígena durante casi una década, pero ahora que todo ha concluido, debo admitir que siempre tuvimos las de perder.
Inzi era un harmún. Lo supo desde que cumplió los cinco años, aunque al ser el quinto hijo de una quinta hija, su destino estaba escrito desde el momento de su concepción. Sin embargo, los pueblos de la montaña son muy escrupulosos con sus tradiciones y fue necesario esperar a su quinto cumpleaños para confirmarlo.